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viernes, 4 de octubre de 2013

Si supieras, 
si recordaras,
si te dieras cuenta
que no es él,
que no es aquel,
que no sos vos,
que incluso la fortaleza impenetrable se puede caer en una onomatopeya
simple,
incluso más simple que el peso de un silencio,
te reirías.

Si recordaras
una vez más
la indolencia frente a la mera idea de que alguien pueda pensarme y hacerse una idea de mí
¿con qué criterio?
¡me sofoca!
y te reirías.

Despabílate amor, despabilémonos
que si recordaras la última vez que hablamos de escribir
notarías que acabo de romper una promesa.
El incentivo fue contar una anécdota.
Lo tomo como incentivo y sigo, con otras formas.
¿Por qué?
Porque si pienso en una anécdota puedo contar miles. O elegir una entre esas miles y que no sea nada representativa, o que no agote todo lo que tenía para decir.
Puedo encerrarme en una sola y única anécdota, acotarla a una imagen y desmenuzarla, inacabablemente, hasta llegar al sentido que para mi representa.
Puedo, así, jactarme de artista y perderme en las formas sin intención de ser comprendida. Tampoco es la idea.
Si pienso en anécdotas lo acoto a navidades, lo acoto a la familia y cuento algo que todos vivimos y yo, en particular, desde el lugar en la bandera que ocupo en mi familia: “La flota”. Porque mi familia no tiene escudo, tiene bandera. Y la flota somos los nosecuantoypico de primos, los Pisciottano y “de los otros”, todos aglutinados. Desde ese lugar, poco particular, puedo contar anécdotas, que desenmascaren las travesuras jamás descubiertas por los tíos, pero prefiero evitar los acuses de encubrirme en mi ausencia para “mandar al frente a los presentes”. Imaginarme los castigos correspondientes que tantos años de impunidad merecerían me resulta perturbador.
Cambio entonces el rumbo y pienso otra posibilidad. Puedo ocupar ese lugar no particular y explayarme sobre los traumas biográficos describiendo y exagerándolos desde la niñez hasta la juventud, ejemplificándolos en cada visita a Santa Rosa. Conmovedor. Tanto, que no es mi estilo.
Puedo hacer un relevamiento y explicar en cada lugar de la casa mis recuerdos, las charlas, los tutes, las guerras de agua, los tropezones, hasta llegar a la pared con los doce cuadros y contarles de cada uno de mis tíos, mi relación particular con ellos, terminar con mis abuelos... Sigue siendo trillado y la conclusión sería que de mis abuelos sólo tengo vagos recuerdos. De mi abuelo me acuerdo que tenía muchas cosquillas y que no me dejaba levantarme de la mesa cuando terminaba de comer. De mi abuela me acuerdo que le gustaba el chocolate y que siempre me decía que sería poetiza.
Pero todo eso se reduce a mi familia y a la casa donde se cultivó.
Santa Rosa en mi vida es algo más que mi familia, o la mera casa. Santa Rosa es en mí un símbolo que puedo explicar en algo tan simple como que cuando era chiquita me decían vamos a Santa Rosa y para mi significaba “vamos a la casa de tus abuelos”. Pero siempre en Navidad, por lo cual era la casa de toda la familia, era la reunión y el festejo. Y los regalos. No se a qué edad hice el quiebre y descubrí que Santa Rosa no era la casa de mis abuelos sino todo un pueblito de Uruguay, para mí era todo eso reducido en una casa llena de mosquitos y con agua intomable. 
Entonces, después de todo me parece más significativo entender que el lugar que ocupa Santa Rosa en mi personalidad no tiene que ver con la casa de mis abuelos, con mi familia numerosa, con la diferencia entre un pueblo y una ciudad, con lo cotidiano y lo exótico. No tiene que ver con viajes larguísimos, días de vacaciones, festejos y visitas a Uruguay (que siempre va a ser un lugar rarísimo por ponerle una “moña” azul a sus estudiantes). No, no es que Santa Rosa tenga algo que ver con todo eso sino que en mí, Santa Rosa es todo eso.
Para mí un viaje a Santa Rosa siempre aglutinó a toda la familia en la casa de mis abuelos, a toda la familia y a todo el paisito querido. Por eso una anécdota no es reflejo de Santa Rosa. Por eso elijo ésta como mi anécdota y por eso escribo esto para ser un poquito parte del último festejo ahí.
Ahora que crecí y puedo distinguir entre una casa y un pueblo, entre un pueblo y un pais, entre “ser llevada” y elegir ir… puedo traducir todo esto para dejar en evidencia que Santa Rosa para mi siempre fue una suerte de “estar-juntos”, de “ser parte” y esto, muchachos, no es poco en un mundo donde es tan difícil hallarse, donde elegir y ser parte es cada vez más difícil. Yo crecí en un país donde la única forma de “ser parte” es ser peronista, y ni siquiera esa suerte tuve. Por eso, y porque Santa Rosa en mí son todos ustedes, quería formar un pedacito de esta despedida.
Me alejo de los yos que no fueron, empiezo a odiarlos, los critico, los convierto en otros. Es un reclamo a la inconstancia, un desconocimiento, un desconcierto, un desacierto. Un eufemismo de lo efímero, una suerte de "vos tampoco te ibas a quedar conmigo".